Todavía existe el mismo sol, el mismo que ríe sobre la misma tierra de siempre; del mismo barro y de la misma sangre Dios, el hombre y el niño han sido hechos. Nada desaparece y nada queda, todo es joven y al mismo tiempo es viejo y la muerte y la vida se confunden, y la figura se convierte en símbolo.
Es el epígrafe de Caspar Hauser, la novela de Jakob Wassermann.
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